¿Qué es el neurosexismo?


El término neurosexismo fue acuñado por la psicóloga experimental Cordelia Fine en su libro Delusions of Gender: How Our Minds, Society, and Neurosexism Create Difference (La ilusión del género, 2010; ISBN: 0-393-06838-2) con el objetivo de dar una descripción al fenómeno que presupone diferencias esenciales entre los cerebros masculino y femenino y que intenta reforzar esa creencia con los descubrimientos en los campos de la neurociencia, neurobiología y, más ampliamente, en las ciencias del cerebro y la cognición; sin que esto se pueda considerar científicamente demostrado. Queda por tanto relegado al campo de lo pseudocientífico, al tener verdadero afán por revestir una serie de mitos y creencias populares con la autoridad del método científico.

¿Existe el neurosexismo?
Se puede entender como el uso tendencioso de la investigación neurocientífica para reforzar prejuicios e ideas preexistentes sobre las hipotéticas diferencias sexuales inherentes o naturales mediante teorías de carácter sexista que defienden que las diferencias de género que percibimos en nuestro carácter y comportamiento tienen su origen en las diferencias biológicas de nuestro cerebro. Es por tanto un mal uso del conocimiento científico; bien sea extrayendo conclusiones de estudios con importantes sesgos metodológicos, malinterpretando datos de estudios correctamente planteados, no teniendo en cuenta posibles explicaciones alternativas plausibles y consistentes igualmente con esos resultados, añadiendo explicaciones ad hoc a los resultados del estudio, divulgando conclusiones que de ninguna manera pueden extraerse de los resultados reales de los estudios, omitiendo estudios posteriores o réplicas del original con resultados contradictorios o ignorando -deliberadamente o no- los posibles sesgos de publicación en la materia.

Por supuesto, no es sexista reportar posibles diferencias entre el cerebro masculino y femenino; ni tampoco lo es en la mayoría de ocasiones buscarlas. Es una línea de investigación muy válida e interesante que puede ayudarnos a entender más sobre las funciones (y las disfunciones) de uno de los órganos más desconocidos a día de hoy; amén de contribuir al avance del conocimiento médico y científico de cualquier otro tipo, ya que en cualquier investigación se suele considerar el sexo y el género como factores relevantes que pueden interferir o modificar los resultados. El neurosexismo ocurre entonces cuando las asunciones e ideas preconcebidas sobre las diferencias innatas entre sexos sesgan el diseño del estudio, el análisis y la interpretación de los resultados, o la comunicación de los mismos en los medios.


De lo anterior puede deducirse que los estudios científicos que demuestran diferencias neuroanatómicas o neurofuncionales intergénero con metodologías sólidas, por tanto, no se pueden considerar neurosexistas per se independientemente de la intencionalidad ulterior de sus autores (ya que en teoría ésta no debería influir en sus resultados), pero sí la deducción a partir de ellos de conclusiones no demostradas/demostrables empíricamente; así como la divulgación de sus resultados de forma imprecisa, sesgada (sin explicitar la relevancia del descubrimiento y las posibles limitaciones del estudio), sensacionalista y en muchas ocasiones incluso incorrecta obedeciendo a la pretensión consciente o no de refuerzo de los roles de género tradicionales. Igualmente se aplica a las opiniones de autoridad que emiten neurocientíficos o neurobiólogos reconocidos en defensa de diferencias entre la neurofisiología o la neurocognición masculina y femenina sin evidencia científica sólida que las respalde.

Como ocurre con cualquier otro tipo de prejuicios, pueden caer en trampas neurosexistas desde los investigadores que realizan el estudio hasta los periodistas que publican sus resultados en forma de artículos de divulgación científica (los resúmenes de prensa que informan sobre esas investigaciones pueden contribuir a reforzar esos estereotipos, al tergiversar —incluso involuntariamente— los resultados de los artículos científicos originales).









El método científico es el único mecanismo eficaz para descartar  definitivamente hipótesis que son falsas en aquellos campos susceptibles de ser estudiados científicamente. Es sin lugar a dudas un gran hito que ha permitido avanzar a la sociedad, constituyendo a día de hoy la base de la ciencia, y debe ser dado a conocer ampliamente para extender su uso en otras disciplinas. En su esencia, el método científico (basado en la demostración empírica de las hipótesis, la refutabilidad de las mismas y la exigencia de reproducibilidad de los resultados en experimentos similares) no admite prejuicios dentro del conocimiento científico. 

Sin embargo, el mal uso del método científico o la inclusión dentro del conocimiento científico de hipótesis parcialmente sin comprobar o sin reproducibilidad posterior hacen que la ciencia también pueda afectarse por los prejuicios cognitivos de los investigadores que la llevan a cabo (ya que los efectos asociativos de nuestra mente son los que permiten, al mismo tiempo, lanzar las hipótesis más acordes a nuestras ideas preconcebidas) de manera consciente o inconsciente, o alterar sus conclusiones en base a intereses partidistas intencionados. Sin embargo, si la ciencia se basa estrictamente en aquello que ha sido demostrado por el método científico y éste es bien ejecutado (mediante la experimentación, la repetición y supervisión del experimento por parte de terceras personas que pudieran tener otros sesgos cognitivos se minimizan los errores del experimento, en la interpretación de los resultados o en estadísticas que deducen falsas teorías), permite desechar las teorías inconsistentes e incorrectas o que no describen  la realidad.

Los siguientes mecanismos son 
  • Existencia de sesgos previos de arrastre: tendencia a hacer, creer o dar por sentado algo porque muchas personas lo hacen. En este caso, el propio investigador puede verse influenciado por hipótesis neurosexistas a las que además dote de mayor fiabilidad al parecer sustentada en datos y metodología que él maneja y que éstas influyan en el planteamiento y desarrollo del estudio.
  • Existencia de sesgo del punto ciego o de entendimiento asimétrico: tendencia a no darse cuenta de los propios prejuicios cognitivos o a verse a sí mismo como menos sesgado que los demás. 
  • Existencia de sesgos metodológicos en la realización y desarrollo del experimento: diferencias significativas en otras variables entre las poblaciones masculina y femenina reclutada para el estudio (sesgos de selección), existencia de factores culturales de confusión no tenidos en cuenta en el experimento a la hora de la selección, trato inconscientemente diferente entre los sujetos del estudio masculinos y femeninos, establecimiento de parámetros y variables que puedan presentar factores de confusión en sólo uno de los dos sexos, uso de diferentes formas de medición en cada sexo, existencia de sesgos del sujeto expectante (donde el sujeto modifique su comportamiento según sus propias expectativas y creencias, en ocasiones también basadas en prejuicios de género), etc.
  • Existencia de sesgos previos de confirmación: tendencia a investigar o interpretar información que confirma preconcepciones o ideas preestablecidas sobre las diferencias inherentes en la cognición, prestando mayor atención a las posibilidades de investigación en los campos que sustentan sus ideas previas. Es decir, focalización de la atención del investigador hacia aquellos experimentos que demostrarían la base biológica de las diferencias sexuales en el comportamiento y omisión o infraestimación de todos aquellos de otros campos que desarrollan hipótesis alternativas (por ejemplo, ausencia de realización o citación de experimentos concomitantes sobre la influencia ambiental sobre los resultados obtenidos y falta de explicaciones ambientales para el fenómeno medido).
  • Existencia de sesgos de autoservicio, de disconformidad o del experimentador: Los experimentadores tienden a creer, certificar y publicar datos que concuerdan con sus expectativas con respecto al resultado de un experimento y desechar, desacreditar o infravalorar las ponderaciones correspondientes a los datos que parezcan estar en conflicto con sus expectativas. Es decir, hay una elección selectiva de datos que sustenten una determinada visión general de las diferencias neurocognitivas intergénero y un rechazo con mayor probabilidad de aquellos que la desmientan. Puede existir además mayor tendencia a realizar un escrutinio minucioso y muy crítico de la información cuando contradice sus principales creencias y aceptar sin criterio o con menor rigor aquella información que es congruente con ellas. Asimismo, puede haber una tendencia a evaluar la información ambigua de tal forma que beneficie a sus propios intereses y creencias.
  • Falta de análisis de variables consideradas irrelevantes: Dado que resulta imposible para un científico registrar absolutamente todo lo que ocurre en un experimento, sólo se informa de los hechos que pueden ser subjetivamente relevantes (es decir, si el investigador no considera relevantes aspectos socioculturales en el comportamiento que está midiendo, o sencillamente no se percata de que éstos existen, difícilmente podrá registrarlos o evaluarlos conjuntamente con el resto de mediciones). Esto puede llevar, inevitablemente, a posteriores problemas si se cuestiona algo supuestamente irrelevante.
  • Existencia de deformación profesional en el análisis de los resultados: tendencia a mirar las cosas de acuerdo con las convenciones o prismas de la propia profesión, olvidando cualquier otro punto de vista más amplio. En este caso, puede hacerse un análisis exclusivo neurobiológico de los fenómenos descritos con omisión de explicaciones psicológicas ambientales, antropológicas o culturales que pudieran igualmente dar cuenta de los resultados siendo plausibles y consistentes (dando así la impresión de que las únicas respuestas existentes para los datos obtenidos son las planteadas desde el campo de la neurobiología). Puede caerse en el error de ignorar por completo el factor ambiental en estos estudios, dado que no es una rama de las ciencias biológicas sino sociales (y los neurocientíficos no suelen estar tan especializados y haber profundizado tanto en sus corrientes): ¿hasta qué punto se puede evaluar la diferencia biológica existente para realizar ciertas tareas si se ha inculcado a uno u otro sexo que tienen que actuar de forma diferente? ¿No será, quizás, el propio prejuicio social y sexista el que refuerza estos resultados? Podría ser muy difícil llevar a cabo esta clase de estudios sin factores que los alteren, sobre todo si no se tiene completa constancia de todos los elementos modificadores de los resultados. En definitiva, se puede incluso llegar a una falacia del falso dilema o falsa dicotomía, en la que se presentan sólo un número limitado de explicaciones posibles limitadas al campo de la neurobiología y se procede a descartar entre ellas hasta quedar una única que se da por verdadera; cuando en realidad existen una o más opciones alternativas que no han sido consideradas al estar fuera del campo de estudio.
  • Inclusión de explicaciones ad hoc: uso de explicaciones no contrastadas con anterioridad o con independencia de las hipótesis fundamentales y ajustes no mencionados anteriormente (a veces, incluso conjeturas no demostradas en la bibliografía) para explicar los casos en los que los resultados del experimento contradicen las creencias iniciales del investigador, es decir, para salvar una teoría de ser rechazada o refutada por sus posibles anomalías y problemas que no fueron anticipados en la manera original. Es un enunciado irrefutable destinado a “blindar” a la hipótesis principal para salvarla de la falsación. Hay que tener en cuenta que son con frecuencia características de teorías pseudocientíficas.
  • Extralimitación en las conclusiones: Extracción de conclusiones más allá de lo que el experimento permite, generalización apresurada de determinados resultados o planteamiento de hipótesis que necesitan de nuevas evidencias experimentales como definitivas. En ocasiones, los datos de un experimento neurocientífico permiten afirmar que se han hallado diferencias intergénero en un aspecto concreto (anatómico, funcional, de imagen, etc); pero no que eso se traduzca en una diferencia significativa a nivel cognitivo o comportamental, o que eso sea la explicación. 
  • Malinterpretación de las relaciones entre los fenómenos estudiados: Se puede incurrir en relaciones espurias (falacia de la causa simple) entre dos acontecimientos cuando no se tienen en consideración a la hora de dar una explicación los posibles factores ambientales; es decir, implicar relaciones de causalidad e impresión de la existencia de un vínculo apreciable entre los hallazgos neurobiológicos y el comportamiento cuando realmente puede existir un "factor de confusión" o "variable escondida" que no se ha medido en el estudio y que afecta a ambos por igual.  
  • Sesgos de publicación: en una revisión de la literatura sobre el tema global, puede producirse una alteración de los resultados de la investigación debido a la tendencia editorial de publicar mayoritariamente resultados significativos en desmedro de las investigaciones que reportan una relación no significativa entre las variables que se investigan (debido a que estos resultados son más suculentos y atractivos para los lectores y el mundo científico en general). Los científicos saben que los editores de las revistas científicas no están interesados en los resultados negativos y que las diferencias sexuales son muy llamativas y les garantizan mayor tasa de publicación y un mayor impacto. A la fórmula mediática se añaden los departamentos de prensa de la universidades, que están “ansiosos” por lanzar estos datos. Es decir, que un artículo que demuestre diferencias significativas entre el cerebro masculino y femenino tiene mayores probabilidades de ser publicado que uno que no las encuentre. Igualmente, puede existir un sesgo de citación si los estudios que concluyen que las relaciones no son significativas no son citados, informados, o se publican con retraso.
  • Sesgos de información científica: tendencia a subestimar los resultados experimentales inesperados o no deseados, atribuyendo los resultados a errores de muestreo o de medición (o también argumentos ad hoc como se vio anteriormente), al tiempo que se confía más en los resultados esperados o deseable, aunque estos pueden estar sujetos a las mismas fuentes de error. Con el tiempo, un sesgo de información en un estudio concreto puede conducir a una situación donde múltiples investigadores pueden descubrir y descartar los mismos resultados aduciendo las mismas razones que el estudio donde se hizo inicialmente, y más tarde otros investigadores justificarán su propio sesgo de información apoyándose en los resultados de estudios previos sesgados. Así, cada caso de sesgo de información probablemente originará en el futuro otros sucesos.
  • Divulgación sensacionalista de los resultados: la divulgación fuera de las revistas especializadas y científicas de los resultados de los estudios neurocientíficos normalmente es menos rigurosa, más tendenciosa y sensacionalista que los artículos originales, cayendo en un mayor número de errores informativos. Puede ser el origen del sesgo o amplificar un error cometido en el estudio original. Por ejemplo, la falacia del francotirador se produce al usar la misma información para construir y después ensayar o testar la hipótesis (los datos novedosos que se han obtenido del estudio y que permiten a los investigadores plantear una nueva hipótesis se muestran en la divulgación como prueba de que esa misma hipótesis es real, cuando realmente serían necesarios estudios independientes para confirmarla), falacias de correlación vs causalidad (inferir que dos o más eventos están conectados causalmente porque se dan juntos), falacias de dirección incorrecta (cuando se infiere una relación causal entre dos eventos correlacionados, tomando el efecto por la causa y la causa por el efecto; como puede ocurrir con las diferencias neuroanatómicas: pueden ser explicables por la plasticidad derivada de la repetición de un determinado comportamiento o producir ese determinado comportamiento), o en una conclusión inatingente (se presenta un argumento que puede ser por sí mismo válido y que concluye una proposición diferente a que la que debería probar o concluir, pero trata sobre lo mismo o se parece lo suficiente como para confundir al lector y simular haber demostrado la proposición inicial).




Evidentemente, lo más peligroso de estas interpretaciones cientifistas es que puedan utilizarse para justificar que los hombres y las mujeres se dediquen a tareas diferentes en base a su supuesta predisposición y predilección biológica, como por ejemplo asignar los trabajos técnicos a los hombres y los sociales a mujeres. Tanto en el origen de estas teorías como en la motivación de su divulgación existe una intención de justificar los prejuicios para poder actuar conforme a ellos sin que pese una carga moral negativa, sea de forma consciente o inconsciente en forma de sesgos confirmatorios (pues se cae en cierta falta de rigor para poder sustentar creencias previas con las que nos cuesta romper). Este proceso, conocido como la racionalización de los prejuicios mediante la ciencia, se produce cuando es necesario revestir un debate moral de cientifismo y dotar de argumentos considerados válidos a una posición que sin ellos se percibiría como injusta, de modo que sea aceptada socialmente como realidad objetiva y se permita legitimar ciertas conductas discriminatorias sin entrar en contradicción con los principios morales dominantes. 

Si bien los prejuicios no son malos en sí mismos, sino que actualmente se cree que son recursos adaptativos de los procesos mentales derivados de la necesidad de clasificar a las personas en grupos al no podernos permitir evaluar a cada persona o situación que vivimos desde cero (pues esto implicaría un coste de recursos cognitivos y de tiempo tremendo; y, para evitarlo, nuestro inconsciente se crea un mapa del mundo en el que todo se categoriza según impulsos emocionales, sensaciones o intuiciones), a posteriori, la función de nuestra mente consciente debería ser la de filtrar esas primeras impresiones con observaciones más objetivas para que nuestra percepción de la situación o de la persona fuera más ajustada a la realidad (y que nuestro mapa interior del mundo se fuera reajustando y fuera cada día más fiable); pero sin embargo, ese esfuerzo cognitivo lo acabamos empleando muchas veces en justificar el diagnóstico previo que ha hecho nuestro inconsciente por nosotros. El prejuicio cognitivo o proceso mental con el que se sesgan las creencias no se puede eliminar, pues es un aspecto fisiológico intrínseco a la psique del ser humano que además parece estar extendido evolutivamente (ya que cumple su función en la asociación y reconocimiento de objetos cotidianos). El ser humano tiene por tanto una propensión al prejuicio en la medida que tiende a formar generalizaciones o categorías basadas en estereotipos y le exige un esfuerzo deshacerse de ellas. Esto puede reforzarse cuando, además, son prejuicios que sustentan situaciones de discriminación que le benefician o que mantienen el orden establecido de la sociedad al que está acostumbrado. Sin embargo, la ciencia tiene en estos momentos una oportunidad de oro para cambiar dichos prejuicios (o acotarlos, limitarlos y explicarlos) a través de rigurosas interpretaciones de la investigación neurocientífica.

La racionalización de prejuicios no es algo exclusivo de los estudios que intentan demostrar diferencias entre sexos. La historia de la ciencia nos muestra varios ejemplos de intentos de racionalización de algunos prejuicios que han sustentado y mantenido situaciones de discriminación y explotación de determinados grupos sociales o culturales a lo largo de varios siglos; aunque seguramente los más evidentes y flagrantes sean aquellos que apuntalaban la inferioridad étnica y racial. Un rápido repaso a las teorías racistas de la primera mitad del siglo XIX sirve como ejemplo para ilustrar cómo la ciencia intenta (y a veces consigue) racionalizar estos prejuicios dominantes: se usaron argumentos similares a los neurosexistas durante el siglo XIX en Europa para jerarquizar las “razas” y esclavizar a los africanos (frenología, craneometrías e índices cefálicos), aduciendo diferencias significativas entre los cerebros de etnia negra y caucásica y, por ende, la superioridad moral e intelectual de esta última. No hay, evidentemente, ninguna evidencia científica que avale estas teorías, y  actualmente son ampliamente rechazadas por la comunidad científica.

Sería por tanto positivo que los investigadores neurocientíficos y la comunidad científica en general dedicasen más atención a la interpretación indebida de sus resultados, teniendo en cuenta la fascinación del público general por estos temas y las posibles consecuencias que pueden darse de una divulgación sesgada. Los científicos que investigan las diferencias cognitivas y neurofisiológicas entre sexos deben ser conscientes de que tienen una gran responsabilidad a la hora de publicar sus estudios, sobre todo por cómo los prejuicios sociales pueden afectar a sus investigaciones incluso de manera inconsciente y cómo la comprensión que de las mismas tiene el público en general puede acabar reforzando y justificando dichas creencias.  







Las creencias en las diferencias naturales intergéneros no demostradas científicamente, así como cualquier tendencia que las refuerce, podría contribuir a crear una profecía autocumplida: el desarrollo de acciones basadas en hipótesis neurosexistas puede crear una estructura social que fomente la diferencia de trato de niños y adultos en relación a su género, lo que podría a su vez originar modificaciones en su comportamiento y ser la causa de esas diferencias cognitivas y conductuales de género registradas en las que se ha basado la discriminación. El neurosexismo podría ser de este modo un agente activo en la creación de diferencias de género al incitar a docentes y progenitores a tratar a niños y niñas de manera diferenciada. Entonces, no sólo justificaría acciones discriminatorias basadas en una supuesta realidad virtual de diferencias (no sólo sirve para la racionalización de prejuicios, yendo un paso más allá), sino que además crearía precisamente esa realidad en la que se sustenta.


De este modo, da lugar a una corriente de pensamiento cíclico que se autoperpetuaría en el tiempo (generando una especie de falacia circular) y que puede complicar aun más la determinación de los límites de la influencia de los factores biológicos y sociales en el comportamiento humano, creando una situación que resulta aun más irresoluble al existir dos circunstancias que son a la vez causa y efecto una de la otra y que actúan de manera recíproca quedando ambas sin explicación. 















  • Neurosexismo (Del original en Social Justice Wiki, Neurosexism) - blog El Demonio Blanco de la Tetera Verde: 
  • Neurosexismo, ¿qué es? - blog Biología Molecular: 
  • How ‘Neurosexism’ Feeds Stereotypes About Male and Female Brains: 
  •  ¿Existe el neurosexismo? - La Razón Ciencia: 
  • Neurosexismo: ¿Hay Sexismo en la Ciencia? - Blog Six Billion Shared Brains: 
  • Neurosexism  -  New York Times Schott’s Vocab: 
  • Racionalización de prejuicios - Biblio 3W. Revista Bibliográfica de Geografía y Ciencias Sociales: